domingo, 28 de diciembre de 2008

MI SEGUNDO RETO PERSONAL

Desde hace un año y medio, me propuse realizar uno de los 3 objetivos que una persona tiene que cumplir en esta vida. Y ese es escribir un libro.

Precisamente yo no es que sea un buen literario pero me hacía ilusión poder escribir algo y bueno empecé con un capítulo de una historia interesante.

Para saber si debo de seguir escribiendo o no, me gustaría que ustedes, mis fieles lectores, me déis vuestra opinión y según analice la encuesta, decidiré seguir escribiéndola o no. La verdad es que quiero sinceridad, en la forma de expresión, algo que debería de cambiar, etc.

Con esto no quiero conseguir ningún premio novel ni nada por el estilo, simplemente darme el gusto de tener una historia escrita por mi y que mis amigos la puedan disfrutar.

Pido paciencia ya que tampoco tengo mucho tiempo para dedicarle a esto pero si veo que interesa, prometo escribirla.

Como decía un amigo, en esta vida hay que tener un árbol, escribir un niño y plantar un libro… Yo os dejo con mi semillita.

Una banda de ladronzuelos se hace con Una fórmula de un compuesto químico. Lo que ellos no saben es la peligrosidad de esa sustancia si llega a ser usada en el hombre. Esto llevará a la fama a Robert, el protagonista de nuestra aventura.

CAPÍTULO I

-Robert, tráeme el bote rojo, el tubo azul y prepara el microscopio, por favor -le pidió Ángel Sánchez, el director del proyecto.
-¿Le llevo la cubeta? -preguntó Robert.
-Sí, tráemela también que la necesito -afirmó Ángel.
-De acuerdo…

El laboratorio donde trabajan los químicos Ángel y Robert, no es muy grande, de unos 30 metros cuadrados aproximadamente, en el que hay una mesa de trabajo, cubetas, tubos de ensayo y demás utensilios para la preparación de los compuestos que ellos intentan conseguir. También, en una de sus paredes, hay tres neveras y un gran armario verde. En sus paredes, cuelgan varias fotografías de grandes personalidades del mundo científico recibiendo galardones junto a Ángel. En una de ellas aparece la fotografía de una señora joven, morena y con el pelo recogido en una cola con ojos azules a juego con su chaqueta, y nariz chata, sonriendo a la cámara con una sonrisa forzada.

Ángel Sánchez es un hombre de unos 50 años, delgado con el pelo canoso, ojos grandes marrones, de cejas cortas, nariz larguirucha y manos delgadas y finas, no habituales en este tipo de hombres, conservadas en tal estado debido al gran tiempo que lleva manipulando productos químicos. Vive solo tras enviudar hacía dos años en el que murió su esposa de cáncer de páncreas, y que desde entonces, él sólo vive por experimentar en su laboratorio para tratar de conseguir un remedio contra esta enfermedad.

Robert, bajito de estatura, rubio, de ojos verdes, grandes labios, y regordete, es un chico de 23 años que tras acabar su ciclo de grado medio en análisis clínico, decidió acompañar a Ángel en su labor por encontrar el mismo fin. Ángel aceptó la petición de Robert de trabajar con él, y desde aquel momento es el grupo de trabajo en Los Laboratorios Fleing.

-Robert, amigo mío, creo que si seguimos trabajando así lo conseguiremos muy pronto -expresaba Ángel entusiasmado.

Una semana después, tras finalizar la octava prueba del compuesto químico que habían acabado, Ángel quedó aterrado.

-No lo hemos conseguido -decía triste. Sólo hemos logrado un compuesto químico que más bien parece una droga que un remedio contra el cáncer.
-¿Si, Qué tipo de droga, profesor? -preguntó Robert.
-Por lo que veo, parece que el que la tome puede sufrir grandes visiones, vamos, alucinógeno, y posiblemente algunos efectos secundarios que no sé en qué puede acabar.
-¡Dios! -exclamó Robert.
-Pero no te preocupes, la tiraremos ahora mismo por el retrete. Esto no nos sirve para nada -decía mientras se levantaba y se dirigía al baño.
-¡No la tire, profesor! -exclamaba Robert mientras corría hacia el baño detrás de él.
-¿Cómo dices?
-¡Que no la tire!
-¡Pero qué me estás diciendo! –le gritó Ángel enfadado.
-No sabe usted lo rico que nos haríamos si vendiéramos ese compuesto.
-¿Me estás diciendo que me haga un contrabandista de drogas? ¡Sabes que esto no lo permitiré! -exclamó Ángel mientras dirigía la cubeta al retrete.
-¡No, No la tire! ¡Piénselo bien! -repetía Robert.
-Mi mujer falleció por un cáncer, yo luchaba para conseguir un remedio para curarlo y mira lo que he conseguido, ¡una droga! -vertía el compuesto al retrete y unas lágrimas le recorrían las mejillas al recordar a su esposa. Robert, si no quieres seguir con migo intentando encontrar la forma de curar esa maldita enfermedad, puedes irte ahora mismo, pero lo que no consentiré nunca es vender un compuesto que en vez de ayudar, mata -terminó de escurrir la cubeta y salió del baño.

Robert permaneció de pie delante del retrete y con la mirada fija en el agua que corría en él pensando en la posibilidad que se les acababan de esfumar de ser millonarios.

-¡Robert! -gritó ángel desde el salón.
-¿Si?
-¿Te vas a quedar ahí pensando toda la vida o vas a venir a ayudarme?
-Sí, sí… Hem… voy ahora mismo, espere un segundo que voy a lavarme las manos.

Cuando salió del baño se encontró al profesor de nuevo intentando analizar el por qué de esa fórmula. Se acercó a él y empezó a leer la misma.

-¿En qué cree usted que nos hemos equivocado?
-No lo sé, eso intento de averiguar.

Mientras Ángel seguía con su análisis, Robert seguía pensando en cómo obtener esa fórmula para poder ser millonario vendiendo su composición.

-Podríamos hacer una cosa -sugirió Robert. Yo analizo una parte de la fórmula y usted la otra.
-Pero, ¿para qué quieres hacer eso? Esto sólo lo puedo hacer yo, tú sólo eres un auxiliar y no tienes idea de cómo hacer un compuesto químico. Anda, coge los utensilios y lávalos y guárdalos en el armario, y cuando acabes, te puedes ir a casa. Yo me quedaré estudiando esto -hablaba sin levantar los ojos del papel.
-De acuerdo profesor –aceptó Robert sin más.

Se fue a la mesa de ensayo y empezó a recoger las cosas. Pero esa idea de ser millonario a cambio de una droga que el profesor acababa de inventar, no se le quitaba de la cabeza.

-Se lo diré a Sergio y a Lorenzo, a ver que opinan ellos -murmuraba por lo bajo.

Cuando Robert acabó de recoger y limpiar los utensilios, se cambió de ropa y se despidió de Ángel, pero éste estaba tan concentrado en su estudio que ni se enteró de la salida de Robert del laboratorio.

Al salir, Robert se dirigió a la parada de autobuses. Allí, sentada estaba una chica pelirroja con ojos verdes, con alguna que otra pequita, de pelo largo, ojos pequeños, manos estrechas con los dedos finos acabados en largas uñas pintadas con varios colores y vestida con ropas ligeras, ya que el tiempo de agosto lo requería. Él la miró y le guiñó un ojo, ella parecía que le respondía. Se sentó a su lado a esperar el autobús.

-Hem… esto… ¿me dice la hora? –le preguntó mirándola a los ojos.
-Sí, claro, son las dos y cuarto -le respondió la chica apartando la mirada avergonzada.
-Hem… gracias. Y, ¿a dónde vas? -preguntó Robert a continuación.
-A mi casa, ¿por qué? –respondió la chica asustada.
-No… nada… por curiosidad.
-¿Dónde vives tu? -preguntó la chica.
-En….. E….. En Los Almendros, ¿conoces el barrio? -preguntó Robert con sorpresa y nerviosismo.
-Sí, claro, yo vivo cerca.
-¡Ah! ¡Estupendo! Así podremos ir juntos casi todo el recorrido.
-¡Perfecto! -exclamó la chica.
-Hem… y, ¿cómo te llamas?
-Silvia –contestó con rotundidad.
-Qué nombre más bonito.
-Sí, ¿te gusta? -preguntó Silvia con una sonrisa en los labios.
-Si, mucho, creo que es uno de mis nombres favoritos.

Mientras hablaban y se conocían llegaba el 53, autobús de línea que les llevarían a su barrio. Se levantaron, se montaron en el autobús y se fueron a casa.

Al llegar a casa, Robert ayudó a su madre a terminar de hacer la comida, a poner la mesa para comer y a realizar algunas tareas que tenía su madre pendiente.

-Robert hijo mío, ¿qué te ha dado hoy para ayudarme a hacer tantas cosas? -preguntó su madre extrañada.
-Aiii. Mamá, hoy estoy feliz –respondió sonriéndole.
-¡Ui! Y, ¿eso a qué es debido? –preguntó su madre interesada.
-Me han pasado dos cosas importantes esta mañana.
-¿Sí, Cuáles?
-Ángel ha encontrado una fórmula increíble, una fórmula que puede curar enfermedades.
-¡Qué bien! ¡Me alegro muchísimo! -expresó su madre.
-Y la otra, que acabo de conocer a una chica que me gusta del barrio de aquí al lado.
-Estupendo también ,¿no?
-Sí madre, estoy muy contento hoy.

Tras comer y ayudar a recoger la mesa, se fue a dormir la siesta.

Ding dong… ding dong… .Sonaba el timbre de la casa de Robert.

-¡Voy, voy! –gritaba Marta.

Al abrir la puerta, dos chicos esperaban en la entrada. Uno era Sergio, un chico alto y fuerte, de estos de los que van al gimnasio con algunos tatuajes en los brazos y con un peinado rapadito. El otro, Lorenzo, un chaval de estatura media, gordo, con melenitas y vestido con pantalones vaqueros y camiseta de manga corta con unas zapatillas deportivas de color amarillo chillón.

-Pasad, pasad -invitó Marta a los chicos a entrar.
-¿Y Robert? -preguntó uno de ellos.
-Está durmiendo la siesta, id arriba y despertadlo.

Subieron las escaleras y entraron en la habitación de Robert. Ésta era pequeña, con una cama en un lateral con un gran cabecero de madera antiguo, una mesita de noche a su izquierda, del mismo estilo que el cabecero, y el armario grande que tenía a los pies de la cama de color marrón oscuro. Las paredes estaban pintadas de color amarillo con posters de chicas ligeritas de ropa y de coches de fórmula uno.

-¡Despierta, tío! Despierta -gritó uno de ellos mientras lo zarandeaba.
-Umm… Hem… ¡déjame dormir más tiempo, mamá! –murmuraba adormilado Robert.
-¡Qué mamá ni qué nada! Somos nosotros! Sergio y Lorenzo –exclamó Sergio.
-Despierta dormilón, que son las siete de la tarde –sugirió Lorenzo.
-Si, ahora mismo me levanto… Por cierto, ¿qué hacéis vosotros aquí? –preguntó con sorpresa mientras se abría los ojos con los dedos.
-Nada, vimos a Silvia y nos dijo que te había conocido –Contestó Lorenzo.
-¡Ah! ¿Conocéis a Silvia? -preguntó Robert sorprendido mientras se incorporaba de la cama.
-Sí, tío, es amiga nuestra, la conocimos en la discoteca –Respondió ahora Sergio mientras se sentaba a los pies de la cama.
-¡Vaya! ¿Pues que bien que me la habéis presentado antes, eh?
-Va, tío, si tu nunca quieres salir con nosotros a la discoteca, no vengas diciendo tonterías -dijo Lorenzo.
-Bueno, es que últimamente estuve muy ocupado con el profesor haciendo experimentos químicos.
-Va, tío, si eso no sirve para nada, ¿quién se va a creer lo que vosotros halléis -preguntó Sergio.
-¡Cállate, Sergio! Tú no sabes lo que nosotros hacemos, Ángel es un buen químico.
-Sí, sí… ya veo… ese loco lleva ya dos años probando cosas y cuando menos te lo esperes te cogerá como conejillo de indias, y te transformará en una rana -dijo Lorenzo mientras imitaba los movimientos de una rana.
-Va, tío, tú eres un invécil -afirmó Robert. Tú no tienes ni idea de lo que estamos haciendo. Es más, hoy me acordé de vosotros.
-¿Y eso? -preguntó Sergio.
-Es que… os quería comentar una cosa…
-Va, tío, venga dila ya -exigió Lorenzo.
-¡Calla mendrugo! -ordenó Sergio dándole una colleja a Lorenzo. Habla Robert, te escuchamos.
-Si, escuchad -propuso Robert…

Robert empezó a explicarles lo que había sucedido esa mañana al mismo tiempo que se levantaba y se vestía.

-¡Buag! ¡Colega! Nos podemos hacer ricos si nos hacemos con eso -gritó Lorenzo emocionado.
-¡Calla mendrugo! ¡Plaf! -otra colleja recibió.
-Sigue Robert -exigió Sergio.
-Bien, si nos hacemos con esa fórmula, vosotros me ayudaréis a fabricar las pastillas y a distribuirlas. Pero tenemos que hacernos con ella, y la verdad es que no es nada fácil -concluyó Robert.
-Va, tío, eso déjalo de mi cuenta -propuso Sergio.
-¿Serás capaz de entrar allí y robarla? -preguntó Lorenzo.
-Claro mendrugo, ¿a caso lo dudas? -preguntaba mientras acercaba la mano para dar otra colleja a Lorenzo cuando éste de un impulso la esquivó.
-Bien Sergio, esta noche iremos los tres al laboratorio. Tú y yo entraremos mientras que Lorenzo vigila por si viniera alguien.
-De acuerdo tío. ¿A qué hora quedamos y dónde? -preguntó Lorenzo.
-Quedaremos los tres en la parada del 53 de la calle Pío XII a la una de la madrugada. Si hay algún contratiempo, avisad para suspenderlo -expuso Robert.
-¡De acuerdo tío! ¡Nos haremos millonarios! -gritó de nuevo Lorenzo.
-¡Plaf! ¡Baja la voz, mendrugo! -le atizaba otro collejón a Lorenzo.
-Esto que quede entre nosotros, no lo puede saber nadie. Si alguien se larga de la lengua, ya me ocuparé de que la pierda. Bueno, vámonos por ahí a dar una vuelta –dijo Robert dando por acabada la conversación.

Salieron de la habitación, bajaron las escaleras a toda prisa y se marcharon al garaje a coger sus motos.

5 comentarios:

Jorge dijo...

El caso es que está chula, a mi me ha enganchado jeje. Un libro es una cosa que no se publica de uun día para otro, así que adelante que aunque el mercado literario está difícil como el musical porque hay muchos que contratan a un negro pa que les escriba hay que abrirse paso si de verdad queremos hacernos nuestro hueco jeje de aquí a jurado de operación triunfo!

mario ordoñez naranjo dijo...

con el primer capitulo parece que ya me e leido el libro entero... y hay que documentarse muy bien sobre lo que vas a ablar... por lo demas esta bien... presentame a la pelirroja

Callejuelo dijo...

Fran está muy bien y no es por cumplir.Dos cositas, ¿en qué ciudad está ambientada, en Sevilla? y otra cosa un químico jamás se desharía de un producto tirándololo por el bater.

Jose María Ortiz dijo...

Hoola torito, la verdad es que me ha enganchao mamoncete, ya puedes ir escribiendo mas cositas.

un abrazo.

Anónimo dijo...

Joder, no veas como está la historia... Es buenísima!, lo cierto es que yo miraría más bien la forma en la que escribes, no repetir tantas expresiones, o en tal caso, podrías cambiarlas por similares. En la descripción para mi parecer, es buenísima, y por el resto, estoy intrigadísima con lo que va a pasar... Acabala yá!.
Animo, sigue así, que un tío como tú estoy segura que yegará muy lejos, aunque ten cuidadito con los personajes que metes... A veces son muy tentadores... Casi igual que algunos lectores...